Un cuento de navidad real

22 diciembre, 2016

Cuento de Navidad real

Sé que los cuentos tienen que ser fantásticos, pero un día a mi padre, a mis hermanos y a mí nos pasó lo más parecido a un cuento y fue en un día de Navidad. Así que he decidido llamarlo Cuento de Navidad Real.

Ésta es una historia sencilla con la que nos reímos mucho en mi familia cada vez que la recordamos, así que he decidido usarla como cuento de Navidad para felicitarte las fiestas.

Un día, hace muchos años, salimos de casa en dirección a casa de mis tíos, donde íbamos a comer por Navidad.

Íbamos andando por la calle, cuando vimos a un africano sentado en el suelo, tenía delante de él una sábana llena de paraguas.

Mi padre se acercó y le compró varios paraguas.

Una vez que nos alejamos del puesto, sus cuatro hijos le tomamos el pelo, a mi padre, porque no entendíamos como podía haber comprado tres paraguas en un día impresionante de sol como ese.

En realidad, nosotros lo sabíamos, perfectamente, y es que mi padre se sentía feliz el día de Navidad, rodeado de sus hijos.

Además, iba a comer algo rico con su hermana y su familia y no podía soportar pensar que ese pobre hombre estaba tan lejos de su casa, de su familia y de su país, un día tan importante como era para mi padre el día de Navidad.

Encima, sabía que un día de sol como ese no iba a vender ningún paraguas.

Después de reírnos un poco de mi padre, continuamos hacia casa de mi tía.

Comimos, nos tomamos una copa, charlamos y salimos los cinco hacia casa, con nuestros tres paraguas nuevos.

Cuando salimos a la calle, seguía haciendo un día de sol estupendo y, después de andar un poco, el cielo se empezó a poner gris, empezó un aire terrible, se pusieron unas nubes negras y empezó, de repente, el diluvio universal.

Entonces fue cuando mi padre se empezó a reír de nosotros y a decirnos de broma «Ah, ¿no os reíais de mí? pues ahora no os dejo ningún paraguas»

Por supuesto, nos dejó los paraguas, los abrimos y continuamos andando por la calle, riéndonos como tontos bajo la lluvia y felices porque, milagrosamente, teníamos paraguas.

Y así fue como mi padre nos dio una gran lección: que en esta vida no se puede ir tan contento sin pensar en los demás.

Que si puedes hacerle un favor a alguien que no tiene tan buen día como tú, que se lo hagas.

Y que, a veces, un simple gesto por nuestra parte puede ayudar mucho a alguien.

Mi padre nos ha dado unas cuantas lecciones de éstas en la vida, porque tenía un corazón inmenso, pero hay una que me gusta más que las demás.

Fue un día que estaba él discutiendo con una vecina, por unas condiciones nuevas del portero, la vecina acusó a mi padre de no ser suficientemente duro con el portero y entonces mi padre le contestó:

«Sabe que pasa Fulanita, que a mí me gusta tratar a la gente que está a mi cargo como me gustaría que trataran a mis hijos sus superiores. Y eso que le quiere imponer al portero no me gustaría que se lo hicieran a ninguno de mis hijos»

La otra se quedó seca y a mí me dejó boquiabierta.

No estaría mal que nos propusiéramos, para 2017, además de dejar de fumar, adelgazar y empezar a correr, tratar a los demás como nos gustaría que trataran a nuestros hijos.

¡Feliz Navidad!